El milagro del éxtasis

“Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.

Vivo ya fuera de mí,
después que muero de amor;
porque vivo en el Señor,
que me quiso para sí:
cuando el corazón le di
puso en él este letrero,
que muero porque no muero.

Esta divina prisión,
del amor en que yo vivo,
ha hecho a Dios mi cautivo,
y libre mi corazón;
y causa en mí tal pasión
ver a Dios mi prisionero,
que muero porque no muero.

¡Ay, qué larga es esta vida!
¡Qué duros estos destierros,
esta cárcel, estos hierros
en que el alma está metida!
Sólo esperar la salida
me causa dolor tan fiero,
que muero porque no muero. (…)”

(Santa Teresa de Jesús)

Santa Teresa de Jesús​ (1515​-1582) es una de las grandes místicas de la Iglesia católica. Monja, fundadora de la Orden de las Carmelitas Descalzas, fue beatificada en 1614, canonizada en 1622 y nombrada doctora de la Iglesia Universal en 1970.

En 1625, el escultor barroco Gregorio Fernández, máximo exponente de la escuela castellana de escultura, realizó una talla de la santa que alcanzaría tal fama que serviría como modelo para la mayor parte de las obras que posteriormente la han representado. Siendo muy religioso, Fernández, además de crear tipos iconográficos, intentaba transmitir su fe y sus emociones a través de la escultura.

La imagen en cuestión, a tamaño natural y realizada en madera policromada, fue concebida para el Carmelo Calzado de Valladolid. La santa, que figura en contrapposto, sostiene un cálamo en la mano derecha, un libro abierto en la izquierda y está mirando al cielo en busca de inspiración divina. Siguiendo la tradición del barroco, esta escultura se caracteriza por su realismo – en este caso, hiriente o violento típico de la escuela castellana -, algo que podemos comprobar tanto en la imagen de Teresa de Jesús, con encarnaciones a pulimento en rostro y manos y los ojos de cristal característicos de la escultura barroca, como en la reproducción del libro, en el que se aprecia el cuero de la encuadernación o la flexibilidad de las hojas. Destacan, también, los duros pliegues en las ropas, típicos de Fernández, o las cenefas con simulaciones de incrustaciones engastadas en oro. La disposición del manto provoca, además, la ruptura de la simetría de la obra, dotándola de movimiento. 

Tomé la fotografía que acompaña a esta entrada en la exposición sobre Teresa de Ávila, organizada por la Biblioteca Nacional, en el año 2015. Nunca antes había podido ver esta escultura en directo y me dejó impactada pues sentí que Gregorio Fernández había conseguido dotar de vida a la madera y que expresara realmente el éxtasis de la santa. No podía dejar de observarla, llamándome especialmente la atención su mirada y la representación de esos dedos, de esa mano que coge dulcemente el cálamo para poner por escrito sus visiones, para redactar sus poemas dedicados al amor divino. Siempre he sentido verdadera fascinación por el misticismo, y los poemas de Santa Teresa me tocan profundamente el corazón pero, lo confieso, la escultura de Gregorio Fernández a punto estuvo de hacerme alcanzar la experiencia extática. Y cuando el arte consigue despertarnos esa chispa de espiritualidad, contemplación o arrobamiento que nos transporta a la esfera de lo divino, no nos queda más que callar, agradecer y abrir el corazón para permitir que suceda el milagro.

* Os recomiendo ver el vídeo y escuchar la magnífica versión de Vivo sin vivir en mí, realizada por el grupo musical Evoéh, que descubrí también de forma mágica. Aquí tenéis el enlace: Vivo sin vivir en mí.  

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