Me fascina la mitología griega. Me fascinan los símbolos que esconden esas antiguas historias que trataban de ordenar el mundo, de llevar luz al caos de la existencia. Y me fascina también que esos mitos sean atemporales, que tengan tanto sentido en el siglo XXI como lo tuvieron en el V a.C.
Una de esas sugerentes leyendas es la del héroe Teseo y su experiencia iniciática en el famoso laberinto de Creta. De sobras conocida es la narración que cuenta cómo Teseo entra en el laberinto para derrotar a la bestia que lo habita: el Minotauro, un extraño ser mitad hombre mitad toro. Para poder llevar a cabo su misión, para poder culminarla, Teseo contará con la ayuda de Ariadna, quien le dará el famoso hilo que le mostrará el camino de vuelta, la salida del laberinto.
En el siglo XV, el físico Giovanni Fontana decía: “En el pequeño tratado sobre laberintos he diseñado varios, según cinco tipos de figuras de mi invención, diferentes entre sí, en los que hay caminos sin salida, digresiones, extravíos, sinuosidades, confusiones, miedos, circunvalaciones, desvíos, vueltas atrás y conversiones, que engañan a quien entra”. Y, así, el laberinto se convierte, como señalaba el famoso filósofo Mircea Eliade en un símbolo de la vida misma.
La vida sería, pues, como un laberinto en el que caminamos -a veces a ciegas, a veces llenos de luz- con el objetivo de llegar al centro, a ese lugar sagrado donde nos espera el encuentro con el Minotauro -la bestia- que, en realidad, no es otra cosa que una parte de nosotros mismos. Teseo representa la luz, el héroe, el yo más noble y puro. El Minotauro, por el contrario, es la parte oscura, la brutalidad, la materia más vil -¿el ego?-. El héroe debe entrar en el laberinto y llegar al centro, donde se desarrollará la más dura lucha: la lucha consigo mismo.
Teseo resulta vencedor en el combate -claro, es un héroe- pero su odisea no acaba ahí, debe volver a salir a la superficie y, para ello, necesita un hilo, el hilo de Ariadna, el hilo del amor. Sin el amor, Teseo corre el riesgo de quedarse dando vueltas por el laberinto que ha sido testigo de su victoria, de atascarse, enredado entre el orgullo y la autocomplacencia.
Así pues, este mito nos recuerda la importancia de enfrentar nuestra propia sombra e integrarla pero también la necesidad de reconocer, en un acto de sincera humildad, que necesitamos del amor para volver a ver la luz, para descansar tras la batalla, para recuperar la sensatez y la cordura tras el duro y difícil combate.
* Recomiendo, además de la lectura del mito antiguo, la del cuento corto de Jorge Luis Borges, La casa de Asterión, interesante relato basado en esta historia. Lo podéis encontrar aquí.
(Imagen: Teseo y el Minotauro en el Laberinto, Edward Burne-Jones, © Birmingham Museums & Art Gallery)
QUE BELLEZA esteticamente narrado el gran momento de enfrentarnos a nuestro personal laberinto, y el recurso de la belleza en cualquiera de sus formas da congruencia al momento en que se enfrenta nuestra debilidad con nuestra fortaleza y la obligación de olvidar el miedo.y toda precaución que no sea la de seguir el hilo de Ariadna que nos devolverá hacia la luz que es la nuestra. Es cuando somos en el mejor rostro de nosotros mismos y tomamos conciencia que nuetra misión -es darnos en la dación que justificará y honrará nuestra existencia,
Totalmente de acuerdo contigo, Martha. Y qué importante es saber verlo y seguir ese hilo. Gracias por tu comentario, perdona que he tardado en verlo y en responder. Un abrazo.
Vivimos hoy buscando ese laberinto, sin darnos cuenta que somos ese Minotauro, y tal vez el hilo redentor no aparece , pues se ha perdido entre tanta vanalidad.
Ay sí, vivimos tiempos complicados con tanta superficialidad… pero por suerte aún quedan ciertos reductos de profundidad y autenticidad 😉 Gracias por tu comentario, perdona que haya tardado en responder, no lo vi hasta ahora.